¿Qué niño no ha deseado escapar de la gris rutina? Dejar por un rato la autoridad de padres y profesores, tomarse una pequeñas vacaciones, buscar ese paraíso lleno de pasteles, fiestas, regalos y disfraces de Haloween. Sin embargo, los niños listos sabemos que convertirse en uno de los Niños Perdidos, o peor, en un Peter Pan, es algo peligroso. El País de Nunca Jamás puede que exista, pero tiene truco. Y de los desagradables. Algo de eso debe de saber uno de los titanes del terror y el fantástico, Clive Barker, que le dedicó a este tema una de sus primeras novelas para el público juvenil, El ladrón de días.
Un niño de diez años de una ciudad cualquiera del Reino Unido, Harvey Swick, desea con todas sus fuerzas escapar de las aburridas fauces de un tedioso mes de febrero. Atendiendo a su llamada acude un extraño personaje de sonrisa perenne, el señor Rictus, que le conduce a un paraíso oculto tras un campo de niebla: una casa en la que no pasa el tiempo, por las mañanas es primavera, al mediodía verano, por la tarde otoño y por la noche, invierno, con su fiesta de Halloween y sus regalos de navidad. Pero el amigo Harvey es muy listo y preguntón, y enseguida descubre que las cosas, muy a su pesar, no son lo que parecen.
El ladrón de días constituye toda una sorpresa para los lectores habituales de Clive Barker. Más conocido por sus Libros de Sangre, con los que renovó el género en los años ochenta, o por su vinculación con el cine vía Hellraiser y sus cenobitas o Razas de Noche, no parece que su estilo, descarnado y alejado de las moralidades habituales, pudiera desenvolverse bien en un género tan difícil como el terror para jóvenes.
Pero, como digo, el lector se puede llevar una grata sorpresa; sus ciento setenta páginas se leen en un suspiro, menos en realidad, porque muchas de ellas consisten en ilustraciones obra de propio Barker. No faltan, eso sí, los monstruos grotescos, los seres inquietantes y el toque renovador respecto a los seres de ultratumba más clásicos. La historia evoca otra fábula pseudo infantil que dice más de lo que parece como es Coraline, de Neil Gaiman, pero las semejanzas no van más allá del detalle argumental, resultando ambas sabrosos relatos de terror que divertirán a los más jóvenes y que evocarán viejos miedos en los más mayores.
Así que ya sabes, si eres de los que cuando lee «literatura juvenil» sales corriendo temiendo encontrarte a la saga Crepúsculo o, peor, a Albert Espinosa, tranquilo. Clive Barker juega en otra liga, la de Neil Gaiman, Terry Prattchet o Roald Dahl, y sabe que la buena literatura infantil y juvenil es aquella que también pueden disfrutarla los mayores. Además, El ladrón de días es una novela corta, que se lee enseguida, una lectura ligera para estos días de verano. ¿O quizá no? En tus manos queda averiguarlo.