Los años perdidos de Sherlock Holmes, de Jamyang Norbu

Sherlock Holmes en las cataratas de Reichembach

Más de un siglo después de la publicación de su primera historia el mito de Sherlock Holmes sigue vivo con más fuerza que nunca. La cultura popular del siglo XX y de principios del XXI sería bastante más aburrida sin la figura del detective londinense. Muchos han sido los autores que han aportado su punto de vista sobre sus aventuras junto al doctor Watson, desde el psicoanálisis de Billy Wilder en su Vida privada a la actualización capitaneada por Steven Moffat y Benedict Cumberbatch pasando por los mil y un pastiches que han relacionado al detective con figuras como Jack el Destripador, Drácula o los mismísimos mitos de Cthlhu. Claro que no todas estas adaptaciones llegan a buen puerto. Algunas, como Los años perdidos de Sherlock Holmes, del autor indotibetano Jamyang Norbu, fracasan miserablemente.

Y es triste, porque la novela promete; nada menos que explicar en qué consistieron esos míticos años perdidos de Sherlock Holmes entre su desaparición en las cataratas de Reichenbach hasta su regreso en La casa deshabitada. Bajo el pretexto de unos papeles encontrados en una caja, escritos por Huree Chunder Mookerjee, uno de los protagonista de la novela Kim, escrita por Ruyard Kipling, Norbu arma su historia a partir de lo que Conan Doyle apunta en esa última aventura. Un explorador noruego de nombre Sigerson llega a la India, donde conoce a Huree y donde enseguida se ve envuelto en un complot que tiene como objetivo el Dalai Lama y el control del Tíbet por parte de China. ¿Suena actual, verdad?

Si lo hace, es porque, y este es el primero de los motivos por los que esta novela no me gustó nada de nada, el autor no se molesta en ocultar que de lo que se trata es de denunciar la situación del Tíbet, invadido por China desde 1950. Los malos son los chinos, y son malos muy malos. La novela, en este sentido, es maniquea, y a uno, más allá de lo que piense de la dominación china sobre el Tíbet, hubiera agradecido un poco más de sutilidad y tonos grises.

Jamyang Norbu

La politización de la figura de Sherlock Holmes la podría haber pasado por alto si, al menos, la historia hubiera sido fiel a lo que uno espera de él. Si bien la primera parte nos presenta un misterio al uso, en el que la inteligencia y capacidad deductiva del detective, en cuanto los personajes ponen el pie en Lhasa que lo sobrenatural invade la escena y empequeñece las capacidades de Holmes. Y no es que me desagrade ver envuelto a Holmes en aventuras de carácter arcano, lo que me parece totalmente fuera del personaje es plantear un clímax de la novela en la que Holmes se convierte en el sosías del Doctor Extraño (en ese sentido, resulta un tanto profética) y acabe con sus enemigos a base de rayos, levitaciones y hechizos. Y eso sin entrar en temas más espinosos de tipo espiritual y religioso, como las reencarnaciones, todo tiene un límite.

Por último, en todo momento Norbu se esfuerza en demostrar que él, por boca del narrador, es más listo que el doctor Watson y, por extensión, que Conan Doyle. Mookerjee no es el doctor, y sus observaciones y opiniones sobre Holmes y sus métodos son distintas. Además, conoce el trabajo literario y las aventuras del detective, y no se ahorra ninguna crítica a la figura y a la obra del buen doctor, como si quisiera ponerse por encima del personaje y de lo escrito por Conan Doyle. Un poco como si dijera «yo escribo a Holmes mejor que usted». Poco respeto.

Así, sólo le recomendaría esta obra a alguien que fuera un gran aficionado a Sherlock Holmes y que quiera leerle lejos de sus ámbitos de actuación más clásicos. Eso sí, antes le avisaría de que, llegados a cierto punto, la figura del detective quedaría totalmente desvirtuada, puesta al servicio de las ideas y motivaciones de su autor. Para el resto, mejor que lean a cambio un buen tebeo del Doctor Extraño, me lo agradecerán.

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