
Quienes ahora estamos en algún lugar entre los 30 y tantos y los 40 y algo recordamos con grandes dosis de nostalgia la cuarta encarnación del sempiterno Dr. Who. Un ser de chispeantes, casi enloquecidos, ojos azules, larguísimo abrigo granate o de tweed, según la temporada, y una interminable bufanda a rayas. Tocado por un sombrero de ala ancha, andaba entre decorados de cartón piedra y se peleaba con monstruos de papel maché.