Capaldi lleva al duodécimo Dr. Who su lado más grumpie

Este último lunes de agosto tenía tres opciones sobre las que hablaros: la nueva (y prometida) entrega de los Míticos robots del celuloide, la revisión de la genial Guardianes de la Galaxia, o el primer capítulo de la nueva temporada de Doctor Who. Finalmente, me ha podido el ser rematadamente whovian y el hecho de que el capítulo protagonizado por Peter Capaldi y Jenna Coleman es actualidad candente friki. Vamos a ver que dio de sí el cambio de cara del Doctor y que promete esta nueva etapa de sus aventuras espacio-temporales.


«Arriesgado» es la palabra que me vino a la mente al ver, hace ya más de un año, que el substituto para el carismático, joven y peculiar Matt Smith era un hombre de mediana edad, con un gran currículo actoral, pero desconocido para el gran público. A Peter Capaldi lo habíamos visto ya en Doctor Who como habitante de Pompeia cuando descubrimos los puntos fijos en el tiempo junto a David Tennant, y también estuvo en la única temporada buena de Torchwood, llevando las negociaciones planetarias desde Londres con un traficante-drogadicto intergaláctico.

Debo reconocer que la etapa de Matt Smith no me parece ni mucho menos brillante. Moffat, que se sale como guionista y como showrunner en Sherlock, sufrió en Doctor Who y no consiguió llevar al personaje a un nuevo nivel, algo que sí había hecho Russell T. Davies.

Esta vez, y como si de una declaración de intenciones se tratara, Moffat decide volver a lo que funciona y empezar las nuevas aventuras del Doctor enfrentándolo a títeres, como ya pasase en el reinicio de la serie en 2005. Su protagonista se comporta de forma alocada y confusa pero brillante, igual que Tennant después de la regeneración post «Bad Wolf«. Por otra parte, el autor escocés le añade sus virtudes como escritor y dota al personaje de una ironía y una madurez que rompen con el carácter infantil del Onceavo.

Jenna Coleman, que me tiene cautivado desde su primera aparición como «Souffle Girl«, demuestra una vez más que hará olvidar a la guapísima Karen Gillian en menos de lo que suena un «sonic screwdriver». En el capítulo, la joven está contrariada por el cambio físico del Doctor y sirve como piedra angular para explicarle al público que pese al cambio, Peter Capaldi continúa siendo el viajero espacio-temporal al que todos queremos.

Por su parte, Capaldi, crea un Doctor genial, que vuelve a enseñar su cara menos afable y que entronca con aquel Time Lord que encarnara Richard Eccleston. En esta ocasión, cambia ira por gruñonería y dota al personaje de un aire general de desagrado por absolutamente todo.

El icono británico es ahora escocés y podríamos pensar que es un guiño de amor desde Londres a los indecisos escoceses justo antes del referéndum de autodeterminación de Escocia, no sería esta la primera vez que la televisión sirve para bienes políticos, pero sea como sea la elección es un acierto. Partiendo de su agresiva fisonomía, Moffat aprovecha para colarnos el leitmotiv de la temporada, dejándonos en entredicho los principios pacifistas del Doctor y presentándonos a una misteriosa dama en el Paraíso.

El capítulo en sí es divertido y ágil, y el argumento es simple pero la trama está muy bien hilvanada. Capaldi y Coleman tienen química, cosa que suele suceder cuando se juntan dos buenos actores, y Madame Vastra y los suyos ayudan al devenir de los acontecimientos siendo unos secundarios de lujo, nunca una molestia para la historia principal.

Lo dicho, al Doctor no le podía haber sentado mejor el lavado de cara, pero cuidado, a todos nos gustaron las natillas con palitos de pescado cuando las probamos por primera vez, pero lo que prometía ser una etapa brillante con el creador de los «Weeping angels» al frente no acabó de arrancar nunca, por ello al finalizar esta octava temporada volveré para comentaros lo que ha dado de sí, ya sea para bien o para mal. Por lo pronto, la semana que viene vuelven los Dalek. ¡Exterminate!


2 comentarios en “Capaldi lleva al duodécimo Dr. Who su lado más grumpie

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