
Si me hubieseis dicho hace años, tras sólo haber visto tres o cuatro episodios de Fringe, que a día de hoy estaría frente a mi ordenador nostálgico, echando de menos la serie, me hubiese reído mucho. «¡Qué dices! Si me he dormido viéndolos», «Un Expediente X venido a menos». Sandeces que habrían salido de mi boca ajeno aún a la grandeza de la serie y sus personajes.
Para los que no conozcáis Fringe y os guste la ciencia ficción, voy a tirar piedras sobre el tejado de Crying Grumpies a riesgo de que Darth Grumpy venga con el látigo a ajusticiarme: corred, dejad de leer esto, llegaros a una tienda y comprar la primera temporada. Vedla sin saber nada de ella, vedla hasta el episodio final y pensad que lo que ahí sucede nadie había tenido agallas para hacerlo hasta que ellos, en pleno año 2008, idearon ese capítulo.
Dicho esto, los que queráis seguir leyendo no os preocupéis, voy a intentar no hacer spoilers y simplemente contaré mi experiencia para con Fringe.

Cuando empecé a ver la serie, con una Anna Torv desconocida y un Joshua Jackson al que reconocía como Pacey de Dawson’s Creek, poco pensaba que llegaría a formar parte del elenco de los grandes de la sci-fi de mi videoteca. Tampoco pensaba que John Noble podía destaparse como un actor genial y encarnar a un personaje tan antológico como Walter Bishop. De hecho, no creo que Orci ni Abrams supiesen lo que tenían entre manos, no por volumen, ya que Fringe estuvo desde la primera temporada al borde de la cancelación constante por falta de audiencia, pero si por fenómeno, ya que sus feligreses, como requiere todo mito de la ciencia ficción, éramos muy fieles.

Como os decía, los primeros capítulos me parecen flojos, yendo de caso en caso sin abrir metatrama que aporte profundidad a la historia, pero cuando ésta empieza a vislumbrarse quedas enganchado sin remedio en sus garras. El final de la primera temporada es uno de los season finale más épico e impactante que he tenido la gozada de ver.
Durante la segunda temporada se profundiza en la trama principal dejando uno de los capítulos más míticos de la serie con un viaje a los 80 con opening especial incluido.
Llegados totalmente inmersos en la historia a la tercera temporada (la mejor para mí), vivimos unos momentos increíbles y de altísima calidad televisiva que me son muy complicados de explicar sin haceros ningún spoiler, pero puedo aseguraros que el misterio, la adrenalina y la atención del espectador van en aumento capítulo tras capítulo.
La cuarta temporada se encarga de cerrar algunos de los interrogantes abiertos durante las tres primeras y prepara el terreno para el colofón final: La quinta y última de las temporadas de la que sólo diré que es sublime y que su final hace honor a la serie.
Como veréis, en el título del post no miento, lo que los espectadores de Fringe tuvimos con la serie durante los cinco años que duró fue una historia de amor en toda regla. ¿Y porque escribo ahora esto, cuando hace más de un año qué se emitió el último episodio? Pues porque el vacío que Fringe dejó en la parrilla y en nuestros corazones aún nadie ha conseguido llenarlo y por eso creo que la serie merece este sentido homenaje y reconocimiento, cantando sus grandezas y virtudes pese a las muchas adversidades por las que tuvo que pasar.
Para acabar sólo aconsejaros de que cuando acabéis de leer este post miréis a vuestro alrededor, quién sabe si un observador puede estar cerca esperando su momento para volver.

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