Soldado de la niebla, de Gene Wolfe

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Yo, que leo prácticamente cualquier caso, tengo sin embargo un grave problema con la novela histórica, que tantas masas mueve y tantos ejemplares vende al cabo del año. Al fin y al cabo, si quieres leer historia, hay un montón de libros ahí afuera rigurosos y entretenidos que no necesitan el azucar de la ficción. Sin embargo, si el autor de turno le inyecta algo de fantasía auténtica al argumento, la cosa cambia. Un buen ejemplo de ello es la obra de Tim Powers, de la que ya he hablado en otra ocasión. Dentro de este particular subgénero del fantástico brilla otro nombre, el de uno de los grandes del género, el veteranísimo Gene Wolfe. Con Soldado de la niebla y sus secuelas (Soldado de Areté y Soldado de Sidón) coronó una de las cumbres de su carrera y de la fantasía histórica.

Ambientada en la Grecia del 479 antes de Cristo, justo acabadas las Guerras Médicas, seguimos las aventuras y trajines de un mercenario latino llamado Latro (palabra latina que significa «mercenario») al servicio de los persas afectado de amnesia después de resultar herido en la cabeza durante la batalla de Platea. Así, Latro olvida cada mañana lo ocurrido el día anterior, por lo que ha de tomar nota de los sucesos del día en sus rollos de pergamino, encontrados siglos después y traducidos al inglés por Gene Wolfe. De esta manera, el autor neoyorquino echa mano de nuevo, tal y como hiciera en su Libro del Sol Nuevo del tópico del manuscrito encontrado.

De esta manera Latro emprende un viaje por la Grecia de postguerra en busca de su origen, sus amigos y una cura de su enfermedad. Para ello contará con la ayuda de personajes inventados, como su fiel esclava Io o el hombre negro, e históricos, como pueden ser el poeta Píndaro o Pausanias, regente espartano y sobrino de Leónidas ( el de 300). Y también de diferentes deidades y seres mitológicos, ya que su herida (¿o maldición?) le permite ver y comunicarse con los dioses y espíritus que recorren la tierra.

Como ya es costumbre en la obra de Gene Wolfe, las cosas no son fáciles para el lector. En primer lugar, Latro transcribe directamente a su latín natal los nombres de ciudades y regiones, y el «traductor» Wolfe no tiene a bien retraducirlos al griego para comodidad del lector. Así, Latro no habla de Atenas, sino de Pensamiento, la región del Ática es la Larga Costa, Delfines es el oráculo de Delfos, los espartanos son los Cordeleros, etcétera. Por otra parte, Latro nunca menciona por su nombre los numerosos dioses y espíritus que va encontrando en su penar; se describen profusamente sus atributos, se mencionan sus apodos y sus poderes. Un lector con un conocimiento medio de la mitología griega no tendrá problemas en identificar al Dios Resplandeciente, pero sí los tendrá para saber quienes son ciertas ninfas o dioses menos conocidos popularmente. Saber del tema o poder echar mano de un diccionario de mitología es indispensable para disfrutar a fondo de la novela y de la erudición clásica de Gene Wolfe.

Gene Wolfe

El propio artificio narrativo de la novela juega en contra de la claridad. En ocasiones Latro no puede escribir, bien porque no se acuerda de hacerlo, bien porque directamente no puede. De esta manera, el lector se encuentra con saltos bruscos y ha de averiguar qué ha pasado y cuánto tiempo ha transcurrido entre escrituras. Ese es, sin embargo, el menor de los problemas de nuestro soldado. En busca de la cura a su mal, los dioses no le hablan claro, le confunden e incluso, al final de la novela le conceden uno de sus deseos… Pero no de la manera que él desearía. Los dioses griegos de Wolfe no se sirven de rayos y centellas para hacer su voluntad, sino de insinuaciones y sutilidades. En ocasiones por culpa de la amnesia deja constancia de pasada de hechos importantes en la trama o no los menciona en absoluto. En otras, es presa fácil de manipuladores, que aprovechan su falta de memoria a corto plazo para llevarlo a dónde quieren.

Todas estas dificultades y oscuridades, sin embargo, juegan a favor de Soldado de la niebla (como en toda la obra de Gene Wolfe, por otra parte). El lector que entra en su juego literario descubre una Grecia distinta a la imagen popular, alejada de filósofos y togas (y posiblemente más real), oscura, peligrosa y llena de magia y supersticiones, de espartanos más preocupados en complots que en luchar con lanza y escudo y de videntes que marcan la política de las polis griegas y el destino individual de sus ciudadanos. Por otra parte, es fácil encariñarse con Latro. Nuestro protagonista vive al día, víctima de fuerzas, humanas y divinas, que no llega a entender, consciente de su mal y a medida que avanzan las páginas su desazón aumenta, llegando al extremo de la depresión.

La historia de Latro se extiende a dos novelas más. La primara de ellas es Soldado de Areté en la que, entre otros hechos destacables, se encuentra a las Amazonas, es testigo del asesinato de los ilotas veteranos de la guerra contra los persas por parte de los espartanos y acaba participando en unos Juegos. La última parte de las aventuras de sus aventuras es Soldado de Sidón, en la cual Latro viaja a Egipto (perdón, al País del Río) en busca de una cura para su mal. Todas ellas recomendables para aquellos que busquen una novela histórica diferente y para los que quieran una novela fantástica alejada de los dragones y las pseudo edades medias.

 

 

2 comentarios en “Soldado de la niebla, de Gene Wolfe

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