SOSPECHOSOS POCO HABITUALES

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– Hola, ¿tienes un momento para nosotros?
Uno espera escuchar esta frase de boca de Testigos de Jehová, encuestadores de Oxfam o de Avón-llama-a-tu-puerta, pero nunca de una pareja de Mossos d’Esquadra con su chaleco antibalas, su placa y su pistola reglamentaria. Quizás por eso (especialmente, por la pistola) asiento con la cabeza.

– Mira, es que nos ha caído un marrón. Nos han fallado tres figurantes para una rueda de reconocimiento y hemos de estar ya en Juzgados. ¿Tienes una hora libre?

Me lo pienso. Es sábado por la mañana. Ya he desayunado y vengo de hacerle cuatro cosas al coche (aún llevo un embudo de plástico rojo en la mano). Tengo la mañana vacía hasta la hora de comer. Y esto es algo nuevo, una oportunidad de ver algo que habitualmente no se ve. Hasta podría salir un artículo. Comparar lo que vemos en las series y películas con la realidad. Ir a un lugar y a una situación que no es frecuente y contarla.
– ¿Me dejáis montar en el coche patrulla?
– Claro- me responden, y tienen que ir desesperados, porque Juzgados está a menos de 100 metros.
– Me apunto.

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El coche patrulla
Me monto en el asiento trasero de un patrullero de los Mossos d’Esquadra. Paso de los 40 años y nunca me han detenido, ni siquiera me han parado para identificarme. Soy así de aburrido o de bueno disimulando, escoged lo que prefiráis. La cuestión es que esto es nuevo para mí.

Lo primero que me llama la atención es que todo el espacio que hay tras el tabique que divide en dos el vehículo está ocupado por una sola pieza de plástico gris moldeado, y que conforma más o menos dos asientos. Por seguridad, supongo, y también porque así será más fácil limpiarlo a manguerazos. Me pregunto qué fluidos corporales habrá contemplado ese asiento pero prefiero no insistir mucho en ello. Los cristales están tintados, pero los dejan bajados (hace un día espectacular) mientras me cuentan cómo va la cosa.
– El caso es que teníamos cuatro figurantes citados desde el jueves pero solo se ha presentado uno. Y necesitamos tres hombres de entre 35 y 45 años, complexión media y barba.

Me gusta que alguien me considere de «complexión media»; mientras viví en Girona se me consideraba sencillamente un tirillas. Y sobre todo me gusta que alguien considere que los cuatro pelos mal distribuidos por mi cara son una barba: joder, con la de meses que me ha costado que crezca.

Cuando llegamos a Juzgados entrego el DNI y me comentan dos señores que en realidad, si hay una citación oficial, lo de «voluntario» es así, entre comillas. Lo dicen con toda la sorna. No llego a saber qué son (jueces, fiscales, abogados, procuradores, secretarios…). En realidad durante toda la mañana apenas me enteraré de quién es y qué hace ninguna de la docena larga de personas sin uniforme que veré.

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El juzgado
Los demás figurantes (se emplea este término cinematográfico todo el tiempo) van cayendo uno a uno. Somos un grupo bastante dispar: un chico de unos 30, alto y delgado, muy moreno, de barba espesa y pelo ensortijado y que resulta ser el único citado que se ha presentado; un tipo gigantesco, rubio y de barba pelirroja, que parece salido de Vikingos; un chaval de veintitantos de mi altura (rondo el 1,70) con perilla bien recortada y yo. Empiezo a ver que tanto lo de «complexión media» como lo de «barba» son conceptos bastante relativos.

Ya con todos los figurantes reunidos hay una espera más o menos larga hasta que nos hacen pasar a la sala de la rueda. Cuando digo «más o menos larga» quiero decir que nos da tiempo a arrepentirnos unas cuantas veces de haber accedido. No podemos irnos: nuestro DNI está en poder de la secretaria del Juzgado. La Justicia comienza por imponer sus tiempos, y ante ello nada puede hacer el ciudadano.

La sala de la rueda de reconocimiento es como en las películas: dos habitaciones conectadas por un inmenso espejo a media altura. En la nuestra, la pared opuesta al cristal tiene cinco papeles pegados con los números 1 a 5 de color negro, también muy grandes. Los focos dan calor y nadie sabe si hemos de dejarnos el abrigo puesto o no: lo sabremos cuando llegue el detenido.

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Comienza el tema de las diferencias de altura. Las dos o tres personas que están allí con nosotros (como antes, nunca sabré qué cargo ostentan) discuten sobre si ponernos a los de «complexión media» sobre paquetes de folios o qué. Al final sus señorías llegan a un fallo:
– Vosotros dos, los altos… Si os apoyáis contra la pared y dobláis las piernas para poneros a la altura de los otros ¿aguantáis dos o tres minutos?

Me llama la atención que el ambiente en Juzgados es casi festivo, lleno de bromas, como para aliviar la tensión:
– Mira que si os identifican a vosotros… nos vamos a reír.
-Bueno, es cama y techo gratis, que como está el patio…
Y es contagioso: me descubro a mí mismo encorvándome y poniendo el pie derecho hacia dentro y mirando el efecto en el espejo.
-No creo que hayan visto la peli, Keyser Sozé – me dice Figurante 4 (yo soy el 5).

Al cabo de un rato llega el detenido. Lleva las manos engrilletadas por delante y deciden que mejor detrás (nos piden que durante la rueda ocultemos las nuestras tras el cuerpo). El detenido es joven, no le calculo más de treinta. Es de mi altura aproximada pero más muscular, moreno, pelo negro espeso y barba cerrada. Tiene los ojos enormes a causa del miedo. Me hace pensar en el pasaje más escalofriante de La peste, de Camus: el individuo enfrentado a la gigantesca máquina de la justicia.

Las risas y el cachondeo se han acabado entre nosotros, pero algún que otro empleado de juzgados intenta mantener la moral alta, al menos la del detenido.
– ¿Has desayunado bien? ¿Te han traído un café y un cruasán?
– Sí, me han traído un menú del MacDonalds.
-¿Bueno, qué lujo! Poco sano, pero oye, bien rico.

El detenido lleva en los calabozos desde el jueves, y el olor corporal nos devuelve a todos, bajo el calor de los focos, a la jodida realidad.

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La rueda
Se cierra la puerta y comienza el reconocimiento en cuanto una funcionaria se asegura de quién está en cada posición. Ahora, en el silencio total que se hace, miro nuestra imagen en el espejo y me sorprende ver que, en realidad, así puestos, somos un grupo más homogéneo de lo que yo creía.

Como en las pelis, no podemos ver a los testigos o víctimas, pero algo se oye. Por lo que colijo, ha sido una agresión. Escucho sollozos y retazos de una historia. Un coche, algo de una puerta, violencia. Un golpe en el espejo nos indica que el primer reconocimiento ha acabado, y nos hacen intercambiar posiciones para la siguiente identificación.

Nuevamente la secretaria, nuevamente la puerta que se cierra, nuevamente los figurantes altos haciendo esa especie de sentadilla, nuevamente voces quedas narrando el pequeño drama. Voy mirando a todos los figurantes y al detenido en el espejo. Todos lo hacemos.

Una señal desde el otro lado: se ha acabado. Mientras esperamos que abran la puerta, el reo rompe el silencio y nos dice:
– Entonces, ¿os han pillado por la calle?
– Sí, más o menos, a todos.
– Joder. Pues… lo único que puedo deciros es que muchas gracias.
Si fuera posible que se hiciera un silencio en medio del silencio, no sé, pero sería algo parecido a nuestra primera reacción.
– Ya ves, tío, no pasa nada.

Yo creo, aunque nadie lo diga, que le deseamos suerte. También a las víctimas, que no hemos podido ver, pero cuyas voces hemos oído, más o menos apagadas y con cuyo susto y disgusto nos identificamos. A mí me da que en esto hay muchas víctimas, pero soy un sentimental de mierda.

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Afuera prosigue el día espléndido y, ya con el carnet en la mano, tres desconocidos y yo nos despedimos.
-Qué pena.
-Sí, qué putada todo. Las víctimas, el chaval, todo. Qué putada.

Y sé que saldrá un artículo de todo esto, pero no va a ser ni la mitad de divertido y tronchante que había previsto al principio.

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2 comentarios en “SOSPECHOSOS POCO HABITUALES

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