Ni John Dillinger fue el tipo carismático y glamuroso de las múltiples películas basadas en su vida, ni Robin Hood fue el elegante ladrón y experto con arco que hacía suspirar a las damas inglesas por los bosques de Sherwood. En realidad, por lo que sabemos de ambos personajes, fueron tipos bastante desagradables: rudos, violentos y peligrosos. Sin embargo, como en muchos más casos similares (Bonnie y Clyde, Jesse James) la tendencia a mitificarlos y endulzar la leyenda ha sido más poderosa que la realidad, a menudo indeseable. ¿Por qué? ¿Qué hay dentro de nosotros que nos lleva a sentir simpatía por el Diablo?