Hubo una época en que mirábamos hacia el futuro con ilusión. En que la ciencia ficción no planteaba distopías, futuros espeluznantes, preguntas filosóficas existenciales. Una época feliz en la que la fe en el progreso nos henchía de orgullo ante nuestro ingenio y de optimismo para, de un modo u otro, lograr un futuro próspero y feliz.
Más que nada, porque el día a día se presentaba oscuro, muy oscuro.