Un futuro perfecto

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Hubo una época en que mirábamos hacia el futuro con ilusión. En que la ciencia ficción no planteaba distopías, futuros espeluznantes, preguntas filosóficas existenciales. Una época feliz en la que la fe en el progreso nos henchía de orgullo ante nuestro ingenio y de optimismo para, de un modo u otro, lograr un futuro próspero y feliz.

Más que nada, porque el día a día se presentaba oscuro, muy oscuro.

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01- Preguerras: el primer futurismo

A la hora de hablar del futurismo, es imposible disociarlo de los tres sistemas políticos en los que floreció. El futurismo es un movimiento artístico imposible de comprender sin sus ramificaciones políticas: el fascismo en el que se imbricó en primer lugar y, unas décadas más tarde, el capitalismo clásico y el comunismo soviético en los que se reencarnó (aunque, quizás, en este caso deberíamos hablar de “posfuturismo”).

También es imposible de comprender sin Marinetti.

Filippo Tommaso Marinetti (1876-1944) fue el principal ideólogo del primer movimiento futurista, y el autor de su Manifiesto, publicado en 1909. En él, Marinetti sentaría las (difusas) bases de un movimiento centrado en la fe en el progreso a través de la técnica y la máquina, pero que, paradójicamente, despreciaba la razón y ensalzaba la acción y el movimiento. Estas bases lo irían acercando progresivamente al fascismo: «Glorificaremos la guerra, la única higiene del mundo, el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de de los heraldos de la libertad, bellas ideas por las que morir, y el desprecio a la mujer».

Eran los años previos a las dos grandes conflagraciones mundiales, conflictos que llevarían hasta los extremos más insospechados las ideas de Marinetti: de no haber muerto en 1944, seguramente habría quedado deslumbrado por la cruel deflagración de Hiroshima.

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Siguiendo la estela de los falansterios utópicos de socialistas no científicos, como Owen o Fourier (y adelantándose a la magistral Walden 2 de Skinner) el futurismo se planteó la reconstrucción social a través de la arquitectura común en el Manifiesto de la arquitectura futurista (1914) en el que Antonio Sant’Elia y Mario Chiattone mostraban una ciudad nueva, vertical y mecanizada, como cima del progreso humano.

El futurismo, con su amor por la máquina, la velocidad, la acción, se adivina como un poso en lecturas casi obligatorias del género de la ciencia ficción: no en vano resucita aspectos medio olvidados de la obra de Verne, de la patafísica de Jarry (que, a su vez, influiría en obras de ciencia ficción como La hierba roja de Boris Vian) y con H. G. Wells.

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02- Posguerra: el futurismo utópico

Entramos aquí en el futurismo que, como aficionados a la ciencia-ficción, más nos compete. Tampoco este nuevo movimiento artístico y filosófico puede desligarse del contexto de lucha ideológica en el que se dio. Es la posguerra: el mundo está dividido en dos nuevos bandos, capitalismo y comunismo, y ambos emplean publicidad y propaganda para comunicar que tan solo dentro de sus respectivos sistemas se podrán dar el progreso y el bienestar.

En la América capitalista, este nuevo futurismo tiene sus máximas expresiones en dos campos muy ligados entre sí: la publicidad y la literatura de ciencia ficción. Ambos comparten un imaginario de futuros perfectos, en que los estadounidenses (la perfecta familia blanca de padre, madre y dos hijos) verán su trabajo aliviado gracias a los robots, a los nuevos tractores, a helicópteros familiares o a medios de transporte que recién hoy en día comenzamos a estudiar seriamente, como hyperloops supersónicos.

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En este futuro ideal, los viajes a nuevos planetas comienzan a ser una variante cada vez más frecuente conforme se acelera la carrera espacial. Revistas como Amazing Stories o Astounding Science Fiction complementan la información apenas un poco más técnica de Popular Mechanics y los fastuosos anuncios a página completa en diarios y revistas como Science and Mechanics. América ha ganado la guerra y cree que está en sí la capacidad de llegar a las estrellas. Tal es el optimismo y la extensión del mismo en el país que incluso hay series de dibujos animados basados en cómo será la vida del estadounidense medio del futuro, como Los Supersónicos.

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Pero no solo América ha ganado la guerra. Con un coste muy superior en pérdidas humanas y materiales, la Unión Soviética se ha erigido en superpotencia bajo el liderazgo de Iósif Stalin. Y también la Unión Soviética tiene fe en el progreso gracias a la razón. Quizás con más razón que los EEUU, puesto que el esfuerzo ingente necesario para llevar al hombre a las estrellas es, por naturaleza, mucho más cercano al comunismo que al libre mercado: de ahí que las primeras grandes victorias en esta carrera sean soviéticas (Sputnik, Gagarin…). De ahí los grandiosos planes soviéticos para poner bases en la Luna, convertir desiertas extensiones de tundra en vergeles capaces de alimentar al mundo entero (ambos citados por David Graeber) o incluso de resucitar a los muertos (como cuenta John Gray). Tanto en el caso estadounidense como en el caso soviético, la amenaza del exterminio nuclear pende cual espada de Damocles sobre todo este optimismo, y es, posiblemente, su combustible.

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03 – Retrofuturismo

De modo paradójico, el retrofuturismo no solo no es un futurismo, sino que, en cierto sentido, es su antítesis. Aunque reivindica la imagen inocente y optimista de un futuro perfecto (muy mezclada con cierta adoración por el art déco), el retrofuturismo, en realidad, mira hacia atrás, es decir, se erige en el negativo casi perfecto del auténtico futurismo: es una rendición, una nostálgica revisitación de lo que podía haber sido pero nunca fue.

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Películas como Sky Captain y el mundo del mañana, El gigante de hierro o, en menor medida, Sucker Punch o Capitán América: el primer Vengador; cómics como La Liga de los Hombres Extraordinarios, Batman: Oscuras Lealtades o The Rocketeer no hacen sino hurgar en una herida abierta desde el fin de la guerra fría: la de las promesas de futuro nunca cumplidas. Así, el retrofuturismo enlaza mucho más directamente con el posmodernismo y con el pesar generacional de un presente menos trágico, pero infinitamente más aburrido.

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