He de confesar que durante los 80, obsesionado con el rock’n’roll, vestido como Paul Simonon y escuchando The Cramps y The Clash casi de un modo religioso, me perdí trozos enormes de cultura popular por prejuzgarlas «pijas» o «para niñatos». Es lo que tenía la subcultura en la época: un aire sectario bastante peligroso que propiciaba los enfrentamientos clásicos entre punks, rockers y mods, pese a que, en su esencia, solo eran chicos de clase media obsesionados con la misma música.